Las festividades hebreas pueden ser estudiadas desde varios enfoques. Como fiestas que
anuncian eventos proféticos, como muchas veces hemos mencionado, también pueden ser
vistas como el “orden de la salvación”, por ejemplo: en Pesaj somos justificados, en
Shavout –debido al derramamiento de la Ruaj Hakodesh- somos santificados, desde Yom
Teruah hasta Yom Kippur somos juzgados, y en Sukot ya estamos glorificados, porque ya
estaremos en las sukot celestiales, porque, como dice la Palabra: “en la casa de mi Padre,
muchas moradas hay”, las cuales Él ha preparado para nosotros (Jn 14:2), lo cual es una
referencia al matrimonio judío tal como se realizaba en aquella época.
El ciclo de las fiestas hebreas instituidas y descritas en la Torá representan además,
sorprendentemente, las fases del matrimonio judío. La Mishná, en el tratado Ketubot, nos
explica que hay varias maneras de adquirir una esposa en tiempos previos y durante el
ministerio de Yeshua; (1) por medio de la compra, (2) por medio de un compromiso (el
desposorio), que termina en la celebración de la boda bajo el “palio nupcial” (símbolo de la
tienda antigua en donde tenían la intimidad los recién casados), lo que rememoraba lo
relatado en la Torá: que Isaac metió en su tienda a Rebeca y la amó (Gn 24:67). El
desposorio se llama “erusim”, y es una especie de boda civil, donde la novia ya es de facto
“esposa”, ya que en ese acto se hacía el contrato matrimonial (ketubá)–que estipulaba que
el marido estaba obligado a entregar a su esposa cierta suma de dinero en caso de viudez o
divorcio, etc-. Este es precisamente el caso de Miriam y Yosef que se narra en los
evangelios (Lc 1:26,27). La ketubá tiene como objetivo primario a proteger a la esposa.
Luego, se realizaba un gran festín que es el “nisuim” o boda -bajo la jupá o palio nupcial- ,
pero si la pareja era pobre, no se hacía el nisuim y simplemente el hombre llevaba a su
esposa a su casa para la intimidad o “yihud”, “el estar juntos como uno”.
Desde la perspectiva de las fases del matrimonio judío entendemos ahora lo siguiente. En
Pesaj, El Eterno, por medio de Yeshua estableció con todo el Israel (judíos mesiánicos y
gentiles creyentes en Yeshua) un compromiso, un “erusim”, por medio del cual “nos hace
suyo” y nos convierte en la “esposa del cordero”. Tomando como dato lo que nos dice la
Mishná, en Pesaj nos convertimos en la “esposa del cordero” ya que nos “compró por
medio de su sangre” (1 Co 6:20; 7:23). Así que Yeshua no sólo ha comprado a su novia, sino
también que la honrado comprometiéndose con ella. Luego, en el Sinaí entregó al Israel
de aquel tiempo –y bajo el antiguo Pacto- la ketubá: la Torá, o las Diez Palabras en las
cuales se compromete a asistir a su novia en cada una de las Diez Palabras allí escritas.
Estas Diez Palabras no son mandamientos como lo ha pensado la tradición cristiana, son
más bien Diez Promesas de Hashem para con su novia.
Ya el paralelo es claro. En la última fiesta de Pesaj celebrada por Yeshua, se establece la
realidad anunciada y, bajo el Nuevo Pacto, nos hace suyos legalmente (es el erusim), luego
el sexto de siván de ese año, nos entregó la ketubá escrita ahora en nuestros corazones,
que son, pues, “las arras del Espíritu” (2 Co 1:22; 5:5) en señal de que nos va a asistir en
todas nuestras necesidades, que acudirá en nuestro auxilio en las tribulaciones. Pues, bien,
¡todo ya está preparado para la cena de bodas del cordero!
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